Julia Kristeva
Esta mujer de la que se escribe:
¡es de acero!
Es “de mujer” simplemente.
Colette, La vagabonde, 1910
¿Qué ética?
Queridos colegas:
Ustedes saben, el analista ejerce un oficio solitario ‒una soledad que la globalización hiperconectada agrava‒ y en el cual, escribía W. R. Bion (1967/1983), “no hay otra compañía que el paciente, [que] por definición es una compañía poco segura” (p. 156). Concuerdo plenamente, y de inmediato surge la pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué esta soledad, este oficio, ser analista? La respuesta que propongo (ella nos llevará a lo femenino) es que este acoplamiento “poco seguro” de la transferencia/ contratransferencia no se basa en un “órgano” específico ni en el “deseo” del analista, sino en una especie de ética, una ética en suspenso, en el sentido en que son suspendidos (o puestos “entre paréntesis”) el juicio y el mundo, con el fin de ponerlos en cuestión de una mejor manera, dando una dirección: “Allí donde ello era, debo advenir”, con dos principios que se oponen, el principio de placer y el principio de realidad.
La reflexión filosófica sobre la aspiración a la felicidad (se trata de esto: la vida buena y justa que viene a buscar el analizando) comenzó aproximadamente hace unos dos mil años, y el pensamiento contemporáneo generalmente distingue ahí el objetivo imperativo de la moral, basada en la obligación de la norma, para desarrollar el objetivo optativo de la ética basada en la elección y en la voluntad, adonde apunta el deseo, tan querido a los freudianos, con la preocupación por sí mismo, los otros y las instituciones. La norma no desaparece de la búsqueda ética, pero la biopolítica, nacida de las venturas y desventuras de las democracias a las cuales se les agregan las promesas de las ciencias de la vida, propone hoy otra concepción de la norma: ya no es un concepto rígido apriori, la norma es un concepto dinámico.
Voy a intentar convencerlos ‒a pesar de que ustedes ya lo están porque son psicoanalistas‒ de que the feminin2 (lo femenino) implicado en el descubrimiento freudiano del inconsciente no es uno más, sino el factor de esta voladura, la razón de su propia transformabilidad: lo femenino es transformativo.
Cualesquiera sean nuestras errancias y nuestros límites, y más allá de las resistencias, las críticas internas y externas, es necesario constatar que ‒y lo digo porque, si no lo hacemos, ¿quién lo dirá?–, abriendo las razones a las pulsiones y a los deseos de ambos sexos, el psicoanálisis se convirtió en un factor princeps en la perturbación/alteración de la moral normativa. Lo seguirá siendo, después de haber rastreado el malestar inherente al propio lazo social: “el carácter restrictivo que toma el curso de la civilización humana”3(Freud, 1930 [1929]/1994, p. 332) a pesar de, e incluso, en el liberalismo sin frenos y la automatización de nuestra especie. Lo seguirá siendo porque somos testigos, después de Freud, contra el “rechazo de la vida sexual” (que no es la pornografía), haciendo la apuesta (Freud advierte que espera) en “el eterno Eros [para que él] haga un esfuerzo para afirmarse en la lucha contra su no menos inmortal adversario” (p. 333).
Lo femenino excluido
No obstante, tras 2.500 años de existencia de la ética, lo femenino (the feminine) es resistido en la esfera de la ética: no es allí un sujeto, como máximo es un objeto (¡y ni siquiera!).
Los raros filósofos modernos que se comprometen en esto, y para evitar el par activo/ pasivo, mantienen a las mujeres en la preética: la mujer guardiana de la morada, experta en hospitalidad, en la acogida y ‒más sutilmente‒ en asignación de ambigüedad, del cierre de labios, de lo íntimo en posibilidad de violación, en equívoco y en fragilidad (ver Ricoeur, Lévinas, Derrida). Cuando no ‒muy generosamente‒ en el cuidado‒care en inglés‒, pero, en este punto, los filósofos-sociólogos fueron precedidos por los teóricos británicos, inspirados por la utopía política de una “buena sociedad” e influidos por la “reparación” según Melanie Klein.
No obstante, the feminine atormenta a los investigadores que sondean el origen de la hominización. Un extraño ensueño de Claude Lévi-Strauss (2013) adelanta que la psicosexualidad ‒es decir, la sexualidad desnaturalizada‒ es en su origen… femenina. Cito: “únicos mamíferos en prestarse al acto sexual sin estar en celo” (p. 213) las mujeres “pudieron señalar sus humores con palabras” (¡!) (p. 213).
No son ya necesarios medios filosóficos (órganos sexuales o “ardores”): ¡ellas se valen de todas las fibras de las palabras!, es el lenguaje –poseedor de particularidades singularizantes‒ que opera esta “revolución psíquica de la materia”4, que desplaza el instinto sexual animal en la pulsión, ahora y definitivamente psicosexual. Por lo tanto, va a ser toda la geografía del cuerpo femenino la que desintegre y disemine la “primacía de lo genital”: “toda mi piel tiene un alma”, escribió la novelista francesa Colette5 (1907/1984b, pp. 896-897). Las cuerdas tensas de la libido hembra han vibrado tan bien para recibir el pene del macho que su órgano genital ha migrado… ¡a las vocalizaciones del lenguaje! La frígida y la vampiro son conocedoras o prosperan allí. Con el tiempo, lo femenino del hombre se dejará llevar también, aunque apoyemos todavía que existe apenas una sola libido, la fálica…
La fábula de la hominización; entrada y castración
En el origen mítico de la hominización, la disyunción de lo instintual y de lo sexual (la desnaturalización de la sexualidad humana), y el clivaje de la sexualidad femenina, atrofia de los órganos visibles, esta “pobre pulgada de la naturaleza”, expresión de Shakespeare que Freud cita en El malestar en la cultura (1930 [1929]/1994, p. 299), atormentada por lo infinito del sentido, insoportable, imposible autenticidad de deseo. Un clivaje estructurante, que no generaría en sí la psicosis, pero será perlaborado y transformado en la estructuración transformativa de lo femenino.
El imaginario prehistórico nos envía videos de esta desnaturalización humana de la sexualidad. Una vulva gigante coronada por un cabeza de bisonte (la puerta del infierno, dirán los teólogos) parece arrastrar la marcha de las bestias, representación zoomorfa de las pulsiones humanas. Ni cuerpo, ni rostro, ese femenino desdoblado figura y asume la excitación perpetua en la que se reconoce y se proyecta el macho mismo (Ginette Chavet, 37.000 BP6).
En este “origen del mundo”, el artista parietal, ese bisonte excitado, ¿no exhibe también su propia castración, perturbada y huidiza, que no retiene de su aniquilación, sino unos dispersos grafitis esquemáticos y una multiplicidad de impresiones “positivas” y “negativas” de sus manos de creador?
Estos humanos, hombres y mujeres, presos de sus sexualidades psicologizadas, se sabían al mismo tiempo mortales (las sepulturas más antiguas datan de 350.000 BP) y capaces de transmitir la libido sujeta a su finitud por esta “revolución psíquica de la materia” que son el lenguaje y sus eclosiones en la cultura. Femenino-entrada-sepulcro, o femenino-salida en grafitis. O bien recomienzo perpetuo, transformaciones envidiables.
Me detengo en el arte rupestre para recordarles la violencia que hiere el descubrimiento de la diferencia sexual, que sigue espantando y encantando a la heterosexualidad.
La violencia de ese clivaje no se deja sujetar por el fantasma de la castración y de la muerte del padre. No se reduce tampoco a un mecanismo psicótico. Para diferenciarla de este último, llamémosla ranura de la psicosexualidad humana.
La heterosexualidad actúa y exhibe la division del ser en la existencia humana, cualesquiera sean las proezas de la reproducción artificial y la exculpación de la homosexualidad. Es con repugnancia y fascinación que el niño y la niña descubren que no tienen el mismo órgano. Siempre nos queda por afinar cómo el doble Edipo, modulado por las convulsiones sociopolíticas de la condición femenina, llega a transformar esta separación/ranura inaugural y constitutiva, cómo se frustra en síntomas o incluso logra satisfacerse dentro de “la comedia heterosexual” (Lacan).
En el otro extremo de este camino, cuando estalla el “malestar” (1930), Freud escribe ‒a modo de respuesta‒ sus dos estudios (Sobre la sexualidad femenina, 1931, y La feminidad, 1933), que no solo redefinen su teoría de la sexualidad femenina, sino que asignan una nueva tarea al psicoanálisis, que consistiría en “hallar la conexión” de la “doctrina de la bisexualidad” y la “doctrina de las pulsiones” (Freud, 1930 [1929]/1994, p. 293).
Cambio de rumbo
Las hipótesis freudianas sobre las “dos fases” del Edipo femenino con mudanza de objeto (de la madre al padre), así como el Edipo femenino inacabado, tuvieron que ser ampliamente desarrolladas e implementadas por la investigación en psicoanálisis, particularmente por las analistas mujeres, quienes develan eso que llamo hoy un femenino transformativo, que es también un factor de la transformabilidad de la vida psíquica considerada no como un aparato, sino como una “vida de alma” o “vida del alma”, según la expresión de Françoise Coblence (2010, pp. 1285-1286).
Los releo hoy ‒más allá de los prejuicios de Freud, pero jamás hubo disminución de las mujeres en su obra‒ como una defensa y una ilustración de la diferencia desnaturalizada de los sexos, a las que se suma ‒como un presentimiento de ciertos aspectos antinormativos de las teorías de “género”‒ una bisexualidad psíquica polifónica, en principio desdoblada de los dos lados de esta diferenciación freudiana: lo femenino del hombre y lo femenino de la mujer, lo masculino del hombre y lo masculino de la mujer. La “partida” se juega al menos de a cuatro. Y se conjuga en singular. Se esboza una “estructura abierta” de la sexualidad de los seres hablantes, generadora de tensiones y conflictos, angustias y goces. Insostenible multiverso de los inconscientes singulares de alguna mujer, de algún hombre, que el psicoanálisis “no programa”, ni “juzga ni calcula”, pero que acompaña a transformarse.
Angustiante, exultante, liberada de esa opción, de esta ética en la que las “normas” como las “identidades” mismas (hombre-mujer) se convierten en “conceptos dinámicos”. Para mejor o para peor.
A la luz de estos últimos textos que expresan la angustia del psicoanalista sobre el porvenir de la cultura, de la civilización y de la humanidad, y en el contexto de hoy, que radicaliza la gravedad, retomo la gran pregunta sin respuesta que Freud lanzara a Maria Bonaparte: “¿Qué quiere una mujer?” (“Was will das Weib?”). Entendamos bien: la interrogación no se apoya sobre el deseo (Wunsch), se dirige a la voluntad (Wollen). No se trata del enigmático “continente negro” que se roba a la ciencia. Tampoco es una Weltanschauung que el psicoanalista implora. Molesto, curioso, sin duda, imagino a Freud suspendido en la pregunta, en la ética.
Con este “querer” de lo femenino, él cambia de rumbo. Lo inasible (“¿qué quiere…?”) reside en la relación de lo femenino con los ideales de la vida y con la vida misma, inseparable de la cultura. Dicho de otro modo, la perplejidad en torno a lo femenino se ha convertido en la faz psicoanalíticamente accesible ‒¡pero a la larga!– de la perplejidad freudiana ante el malestar de la civilización. Lo femenino se hallaría en ese lugar decisivo para el ser vivo hablante, en el cruce entre el Logos (analítico) y la Ananké (inconsciente), las dos divinidades que aceptaba Freud.
¿Cruce o corte, hiancia o fractura? ¿Dónde está por jugarse la apertura o el cierre de la condición humana?
Si, en el laberinto del pensamiento freudiano y sus desarrollos por el movi- miento psicoanalítico, lo femenino se torna el momento de suspenso de la ética ‒es decir, de su eclipse y de su renovación‒, se puede medir la enormidad de las últimas posiciones freudianas. Lo femenino ‒aquello que está en juego por ser el síntoma de Freud‒ en el aquí y allá de su “idea fija” (según sus propios términos) de la “castración” y la “envidia del pene”. Cuestión para el pacto analítico: resistencia y obstinación por la verdad. Cuestión para enfrentar la “perturbación aportada a la vida en común por la humana pulsión de agresión y de autodestrucción” (Freud, 1930 [1929]/1994, p. 333).
Con la primera tópica, el inconsciente es lo infantil, Freud hizo suyas las palabras de Wordsworth: “el niño es el padre del hombre”. Con la segunda tópica, abriendo la pulsión de muerte y profundizando la bisexualidad con la sexualidad femenina, habría adherido a Louis Aragon declamando: “el futuro del hombre es la mujer”. Tenía mucho humor, pero tal vez no tan negro. Su cuestionamiento suspendido sobre el querer femenino nos invita a profundizar lo femenino transformativo como un desarrollo continuo, un devenir.
Polemizando con Freud, pero declarando que él es “uno de los hombres de este siglo que más fervientemente” admira, S. de Beauvoir (1949/1976) retomaba su pensamiento sobre lo femenino en mutación, en términos existencialistas: “no se nace mujer, se llega a serlo” (p. 13). En psicoanálisis, sin embargo, y a la escucha de la subjetividad femenina móvil y multiversal, yo diría: “Se nace mujer, pero yo llego a serlo”. “Se”: biológico y anatómico, aunque de entrada golpeado por lo imaginario de la comunidad parental (“¡oh, es una niña!, su grito nos acoge en el nacimiento, decepcionado o complacido”). Pero yo intenta advenir como sujeto hablante en las culturas de papá.
La alteridad no se aprende, se encarna en lo femenino, no solo porque es estructural en razón de las dos fases del Edipo, retomada y diversificada en las pruebas de la realidad, sino también porque las mujeres las viven en la existencia social y política.
No “neutralizar” en lo “neutro” es hacer justicia a aquellas que vienen a buscar supervivencia y creatividad en nuestros divanes, pero también a aquellas que, por ejemplo, son 7 millones, en todo el mundo, casadas a la fuerza, y 130 millones de niñas mutiladas por escisión, sufriendo la influencia de diversas creencias e integrismos. Así es como he ofrecido el premio Hannah Arendt al pensamiento político (Bremen, Alemania, 2006) a las mujeres afganas inmoladas en el fuego –libradas a la pulsión de muerte por solo exhibirla, haciéndose condenar‒ para que las ONG pudieran acompañar a las que han logrado escapar durante lo que quede de vida.
Julia Kristeva
Société Psychanalytique de Paris
Referencias
Beauvoir de, S. (1976). Le deuxième sexe (vol. 1). París: Gallimard. (Trabajo original publicado en 1949). Bion, W. R. (1983). Réflexion faite. París: Puf. (Trabajo original publicado en 1967).
Coblence, F. (2010). “La vie d’âme”: Psyché est corporelle, n’en sait rien. Revue française de psychanalyse, 74(5), 1285-1356. Colette (1984a). La vagabonde. En Colette, Œuvres complètes (vol. 1). París: Gallimard. (Trabajo original publicado en 1910).
Colette (1984b). Le retraite sentimentale. En Colette, Œuvres complètes (vol. 1). París: Gallimard. (Trabajo original publicado en 1907). Freud, S. (1949). Abrégé de psychanalyse. París: Puf. (Trabajo original publicado en 1940 [1938]).
Freud, S. (1984a). Formulations sur les deux principes du cours des événements psychiques. En J. Laplanche (trad.), Résultats, idées, problèmes (vol. 1, pp. 135-143). París: Puf. (Trabajo original publicado en 1911).
Freud, S. (1984b). La féminité. En S. Freud, Nouvelles conférences d’introduction à lapsychanalyse. París: Gallimard. (Trabajo original publicado en 1933).
Freud, S. (1994). Le malaise dans la culture. En P. Cotet, R. Laîné e J. Stute-Cadiot (trad.), Œuvres complètes (vol. 18, pp. 245-333). París: Puf. (Trabajo original publicado en 1930 [1929]).
Freud S. (2004). Sur la sexualité féminine. En S. Freud, La vie sexuelle. París: Puf. (Trabajo original publicado en 1931). Lévi-Strauss, C. (2013). Nous sommes tous cannibales. París: Seuil.
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Notas
↑1 | Preparación para el Preludio a una ética de lo femenino: Conferencia de apertura del 51 Congreso IPA, 2019. |
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↑2 | En inglés en el original. |
↑3 | N. del T.: Traducción de J. L. Etcheverry. La traducción de todas las citas de esta obra corresponde a: Freud, S. (1996). El malestar en la cultura. En J. L. Etcheverry (trad.), Obras completas (vol. 21). Buenos Aires: Amorrortu. (Trabajo original publicado en 1930 [1929]). |
↑4 | Ver: Freud (1911/1984a). |
↑5 | Sidonie-Gabrielle Colette (Saint-Sauveur-en-Puisaye, 28 de enero de 1873 – París, 3 de agosto de 1954). |
↑6 | N. del T.: Antes del presente, por las siglas del inglés Before Present. |